Actúan: Valeria Carregal, Pablo Ciampagna y Sebastián Saslavsky
Iluminación
: Lorena Díaz Quiroga
Fotos y gráfica:
lamordidafotos@yahoo.com.ar
Dirección
: Maximiliano de la Puente

Dos empleados y su jefe, Raúl, Julia y “El Señor”, conviven precariamente en el depósito semiabandonado de una empresa venida a menos, en la que el proceso de elaboración del papel tiene una importancia inusitada. Desconocemos cuáles son exactamente las tareas que realizan, por qué continúan en ese lugar, ni quién les paga. Sólo sabemos que parecen haber estado en ese viejo galpón semiderruido desde siempre, conviviendo con oxidadas máquinas obsoletas que ya nunca jamás funcionarán, desempeñando un trabajo a todas luces inútil. Nada está predefinido de antemano: todo es posible en esta atmósfera extrañada, onírico-pesadillezca, en frágil equilibrio. Dentro de un universo semejante, los recorridos que el espectador puede elaborar a partir del encuentro con el espectáculo, son absolutamente personales, intransferibles, únicos.



lunes, 21 de junio de 2010

TQL por Daniel Gaguine

Pinceladas de visceralidad laboral

Sólo se conocen pequeños datos. Que Julia y Raúl trabajan en una fábrica de papel para “El Señor” y que ésta puede llegar a ser cerrada dentro de poco tiempo. No mucho más. El diálogo es permanente entre espectador y puesta, ya que ésta lo interpelará para que llene ese espacio vacío de incompleta interpretación. En una atmósfera kafkiana, de encierro cuasi permanente y una iluminación tenue, creadora de la ominosidad de la laberíntica rutina laboral, los actores desarrollarán una tarea de visceral composición de sus personajes. Gritarán, se golpearán y harán todo lo que tengan que hacer para que el sentido salga de sus límites, para plantarse frente a todos, con la crudeza que reprimen los “recursos humanos”. Raúl golpeará su cuerpo y se quebrará en llanto; Julia permanecerá contenida, como un volcán y el Señor, siempre obedecerá órdenes, pero con el orgullo de tener su cargo jerárquico. No obstante, siempre habrá algo que perturbe la monotonía de la situación, como la ausencia de Pizarro, un ex compañero que simplemente “no está”. Y la tristeza explotará al igual que la furia por no respetarse vínculos tan “románticos” como la lealtad o la amistad, aunque sólo por un ratito, para descargar la bronca y volver a lo que “realmente” importa: seguir trabajando. Los cuerpos se exprimirán en su vínculo con su trabajo, al cual le deben prácticamente su existencia y su identidad. Jefe y empleados en una relación vinculante, donde el propio “ser” se diluye tanto en un guardapolvo o también en un head set en los modernos call centers. Porque siempre hay que seguir trabajando, porque “el trabajo dignifica”, “el trabajo libera”. Párrafo aparte para un final de obra a toda orquesta y desbordante imaginación, en la cual la máquina se perfecciona hasta el infinito. “Todos quieren lágrimas” no es para todo público, exige un esfuerzo extra a la materia gris. Un riesgo –por fín!- que vale la pena abordar y aprehender en su totalidad, sabiendo que los resultados serán imprevisibles. ¿Y qué mejor que eso, no?

Más información en: http://elcaleidoscopiodelucy.blogspot.com/2010/06/todos-quieren-lagrimas-teatro.html 

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